Jim Elliot nació en Portland, Oregon, el 8 de
Octubre de 1927. Convertido a los seis años de edad, dedicó su vida a
conocer a Dios y a buscar y cumplir su voluntad. Cuando tenía sólo veinte años
se había expresado así en una oración íntima: «Señor, prospera mi camino, no para que
adquiera una posición social elevada, sino para que mi vida sea una
demostración del valor de conocer a Dios». Sostenía que para conocer a Dios
primero hay que obedecerle. Después de los estudios primarios Elliot pasó
a un politécnico, en el que escogió el dibujo arquitectónico entre otras
asignaturas técnicas.
Vinculado a iglesias de los «Hermanos Libres»
procuró mantenerse apartado de toda actividad frívola, así como de cualquier
actividad bélica o política. Posteriormente siguió estudios
universitarios en el conocido Wheaton College, de orientación evangélica, y con
el tiempo fue comprendiendo que su postura rígidamente ortodoxa, mantenida con
cierta arrogancia, le impedía tener contactos fructíferos con sus compañeros de
estudio y otras personas a las que intentaba evangelizar. Tuvo siempre,
según dan testimonio sus escritos privados, una intensa vida devocional y de
estudio de la Palabra de Dios.
Concluidos sus estudios formales en 1949,
estudios de cuyo valor en algún momento comenzó a dudar, realizó un curso de
lingüística práctica en el Instituto Lingüístico de Verano en la Universidad de
Oklahoma (donde por primera vez oyó hablar de los aborígenes “aucas” del
Ecuador), curso destinado a futuros misioneros deseosos de aprender a hablar
lenguas indígenas y finalmente elaborar alfabetos para las mismas con el fin de
que los hablantes de ellas pudieran tener acceso a las Sagradas
Escrituras. Terminados todos estos estudios y habiendo realizado
bastantes actividades evangelísticas (incluido un programa radial) y de
enseñanza bíblica en distintas partes de los Estados Unidos, buscó la voluntad
de Dios en cuanto al campo misionero hacia el cual debía dirigirse, no sin resistencia
de su familia y sus amigos que consideraban que tenía cualidades intelectuales
y la capacitación adecuada para ser de mucha utilidad en las iglesias y en los
grupos universitarios en su propio país. A lo largo de sus años de
estudio se había destacado como organizador, orador, escritor y actor, sin
dejar de dar su testimonio cristiano a quien quisiera escucharlo.
Entre los argumentos que esgrimió en esas
circunstancias, y que contribuyeron a convencerlo del paso que había decidido
dar, estaba el de que «hay un
obrero cristiano para cada 50.000 personas en otras tierras, en tanto que hay
uno por cada 500 en los Estados Unidos».
«La población de la India –escribió también
en su diario- equivale a la de Norte América, África, y Sud América combinados,
y hay un misionero por cada 71.000 personas allí». Ante estas realidades no encontraba
justificativo alguno para quedarse en su propia tierra. Llegó así el momento en
que se sintió guiado al Ecuador, país al que se trasladó en 1952. Iba
soltero porque entendía que sólo así podía iniciar actividades misioneras sin
impedimentos. Dispuesto a afrontar el celibato, no descartaba la posibilidad de
contraer matrimonio más adelante con la joven a la que se sentía atraído. Entre
1952 y 1956 Elliot estuvo en diversos lugares del Ecuador, junto a su compañero
Fleming, y luego también junto a Youderian y McCully, aprendiendo el castellano
y el quichua de la región, como también colaborando en tareas misioneras (de
predicación, de evangelización, de enseñanza bíblica, de auxilio médico a los
naturales). Paralelamente colaboraba en la preparación de
lugares techados para la realización de cultos y clases de doctrina y de
lectura y escritura, como de viviendas para las diversas familias misioneras
(aunque le impacientaba tener que dedicar demasiado tiempo a estas últimas
actividades, que lo distraían de lo fundamental de la misión a la que había
sido llamado). Las actividades incluían viajes de reconocimiento de
varios días o semanas por la selva, a veces a pie y otras en canoas.
Además, habiendo llegado al Ecuador con el pensamiento de alcanzar algún día a
los aucas, se dedicó a aprender frases útiles para los primeros contactos, para
el caso de que se presentara esa posibilidad. La oportunidad se presentó finalmente
y Elliot, el «lingüista» del grupo, tuvo la posibilidad de emplear a voz en
cuello las frases aprendidas, con la esperanza de que fueran oídas por los
aucas.
“La Operación Auca”
La “Operación Auca” comenzó en septiembre de
1955.
El primer movimiento hacia esa zona la hizo
Ed McCully, quien se estableció en Arajuno, un poblado quichua de unas cien
personas en el borde mismo del territorio auca. Separados de ellos sólo por el
río Arajuno, Ed puso alrededor de su casa un alambrado eléctrico y se propuso
tener siempre a la mano una pistola o una escopeta para usarla para intimidar
en caso de ataque. La estación de Arajuno llegó a ser la base de la Operación.
El 19 de septiembre, Nate y Ed sobrevolaron
la tupida selva buscando poblados. Tras varias pasadas, descubrieron unos
quince lugares despejados y unas pocas casas. Dos semanas después, Nate y Pete
pudieron realizar una nueva exploración y constataron la existencia de media
docena de casas grandes a sólo quince minutos de vuelo de Arajuno. ¡Ya estaba
localizado el objetivo!
Para superar la barrera del idioma, Jim viajó
a una hacienda cercana donde vivía una mujer auca que había huido de su pueblo.
Ella enseñó a Jim algunas frases que permitieran a los misioneros un primer
acercamiento.
El 6 de octubre comenzaron con el lanzamiento
regular cada semana de regalos desde el aire, usando la técnica que Nate
habilidosamente había creado para que una persona pudiera recoger el contenido de un
balde de lona con la mano, sacar lo que éste contenía, y aun poner en él lo que
deseara antes de que éste fuera alzado de nuevo desde el avión.
Se comenzaron a suceder las visitas y los
regalos uno tras otro. Los aucas los recibían con agrado. Para el cuarto viaje,
Nate instaló en el avión un parlante a batería para enviar los mensajes
amistosos que Jim había aprendido. A la sexta semana, los aucas empezaron a
poner, de vez en cuando, algún regalo de vuelta en la canasta. Cada signo
amistoso de los aucas era recibido con alborozo por los misioneros.
Para el 3 de diciembre ya llevaban nueve
visitas. A medida que pasaba el tiempo, veían más cercano el día que podrían
acercarse a ellos por tierra. Para tal fin empezaron a explorar el terreno.
Encontraron una playa junto al Curaray apta para aterrizar, ubicada a unos 7
kilómetros de la “Ciudad Terminal”, la población que solían visitar por avión,
y decidieron establecerse allí el 3 de enero, llamando a ese lugar “Palm Beach”.
El plan estaba trazado hasta en sus mínimos
detalles. Cada misionero tenía a cargo una parte de la “Operación”. Incluso
Marj, tendría la importante función de atender el equipo de radio en Shell
Mera, manteniéndose en contacto permanente con el avión. Por su parte, Bárbara
(la esposa de Roger) se quedaría en Arajuno con Marilou (esposa de Ed) en la
preparación de la comida que llevaría diariamente a Palm Beach.
A esta altura, las cinco esposas habían
barajado ya de manera muy realista la posibilidad de quedar viudas, y la
conclusión para ellas era clara: a la hora de casarse ellas aceptaron que nunca
habría dudas en cuanto a quién ocupaba el primer lugar en sus matrimonios: Dios
y su obra.
La mañana del 3 de enero, los cinco hombres
cantaron uno de sus himnos favoritos y se dispusieron a marchar. En tres viajes
sucesivos, el avión trasladó los enseres necesarios, incluyendo una pequeña
casa que instalaron en el tronco de un árbol, a diez metros de altura, junto a
la playa.
El miércoles y jueves, Nate y Peter, que iban
a Arajuno a dormir, sobrevolaban la “Ciudad Terminal” invitando a los hombres a
venir a Palm Beach. Algunos pequeñas señales les anunciaban su próxima
aparición.
El viernes a las 11:15 resonó una voz al otro
lado del río, e hicieron su aparición tres aucas: un hombre y dos mujeres. Los
misioneros les acogieron amistosamente. Como el hombre mostrara interés por el
avión, Nate lo invitó a volar por encima de su propio poblado. El resto del día
transcurrió sin sorpresas.
El día sábado no ocurrió nada especial.
El día “D”
El domingo 8 Nate vio desde el aire acercarse
decididamente un grupo de aucas, y entonces llamó a su esposa, para que
estuviera atenta para un contacto por radio para las cuatro y media.
A las cuatro y media las esposas se
conectaron, unas desde Shell Mera, las otras desde Arajuno. Llamaron a Palm
Beach, pero sólo había silencio.
Esperaron hasta última hora esa noche,
queriendo creer que el silencio se debía sólo a algún pequeño contratiempo. Las
horas transcurrieron largas y dolorosas.
A las siete de la mañana del lunes 9, Johnny
Keenan, volaba raudo hacia Palm Beach para obtener noticias de sus compañeros.
A las nueve y media Johnny remitió su informe, que Marj retransmitió
escuetamente a todos.
—“Johnny ha encontrado el avión sobre la
playa. Le han arrancado toda la tela. No hay señal de los muchachos.”
Los días posteriores
El miércoles, colegas misioneros y militares
norteamericanos y ecuatorianos organizaron una cuadrilla de rescate que partió
de Arajuno rumbo a Palm Beach. Ellos abrigaban aún la esperanza de hallar en
cada curva del río, a lo menos, a alguno de los cinco misioneros regresando a
pie.
Cuando llegaron a Palm Beach descubrieron
cuatro cuerpos; el quinto había sido avistado poco antes, pero fue imposible
recuperarlo aguas abajo. La patrulla de salvamento llevó a cabo una pequeña
ceremonia de sepultura bajo el gran árbol con la casita.
El sábado, las viudas fueron invitadas a
sobrevolar Palm Beach y pudieron ver por unos instantes la tumba común de sus
esposos. Al virar de regreso el avión, Marj Saint, la viuda de Nate, dijo:
—“Ese pequeño cementerio es el más hermoso
del mundo.”
El muro se rompe
El martirio de los cinco misioneros,
publicada por los diarios, despertó la inmediata reacción en el mundo entero.
De todas partes empezaron a llegar saludos y condolencias a las cinco viudas.
El ejemplo de los mártires alentó a muchos otros a servir al Señor como
misioneros.
Entre tanto, se formularon rápidamente planes
para continuar la obra de los mártires. Johnny Keenan retomó los vuelos con
regalos sobre las aldeas aucas para demostrarles su intención amistosa. La obra
entre los vecinos quichuas experimentó un sorprendente aliento. Ellos mismos
comenzaron a orar también por los aucas.
El 3 de septiembre de 1958, tres mujeres
aucas convertidas y adoctrinadas por Elisabeth
Elliot, viuda de Jim y Raquel Saint, hermana de Nate, volvieron a su
aldea, donde permanecieron tres semanas hablando del amor de Dios, manifestado
a través de las misioneras.
El triunfo de la causa de Cristo quedó
demostrado menos de tres años después cuando Elizabeth y Raquel, fueron
invitadas a vivir entre los aucas. Poco después, Elizabeth escribía así:
«Hoy me hallo sentada en una chozita de paja… a pocos kilómetros al suroeste de
‘Palm Beach’. En otra casucha de paja, a menos de cuatro metros de distancia, se hallan
sentados dos de los siete hombres que dieron muerte a mi esposo Jim».
Bibliografía: Revista “Aguas Vivas”, Wikipedia, “Inspiraciones de Dios Blogspot”
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